martes, 16 de septiembre de 2008

En la profundidad de la noche, la imagen de Mont Saint Michel es la de un gran volumen esculpido a golpe de luz. Todas las construcciones son proyectadas y rescatadas de la oscuridad por rayos ascendentes de diferente intensidad que van configurando los espacios, las líneas, los volúmenes, los colores, las texturas y los niveles. Desde la distancia se puede apreciar la proporción y magnitud de un proyecto que necesitó varios cientos de años para su materialización: sobre la pequeña cima se edificó una inmensa abadía cuya sola iglesia posee una superficie mayor que la de la cima. Para lograrlo, el conjunto integrado de todos los espacios de la abadía funciona como una gran plataforma que sirve de base a la iglesia. El resultado, es una estructura casi monolítica, fundamentada y cerrada sobre si misma que, a falta de área sobre la cual construir, recupera el espacio proyectándose y aligerándose hacia lo alto, hacia el cielo, hacia el infinito.

En el interior, el sistema de iluminación recuerda una gran escenografía del cine expresionista alemán en la que la alternancia de las fuertes luces y las sombras profundas hacen emerger por momentos las diferentes concepciones del espacio y el volumen según la época; la sensación de recorrer un período de la historia como quien se pierde en un laberinto es acentuada por la sucesión de espacios envueltos en la noche. Si muchos elementos esenciales para una valoración completa de la historia arquitectónica del lugar permanecen ocultos en las sombras, particularmente el coro gótico de la iglesia abacial, es porque se quiso, de alguna manera, recuperar algo de la función originaria del lugar como espacio ritual y simbólico y no sólo como monumento de arquitectura. Se trata de una teatralización a través de la luz, sí, pero ¿qué ritual puede prescindir de la teatralización y el escenario?.


Fabián Alzate