martes, 16 de septiembre de 2008

Al laberinto se lo tragó la tierra; sus paredes, muros, entradas y salidas se desvanecieron dejando una sensación momentánea de ausencia. Zanjas delineando las sombras de estas paredes, son el único recordatorio de lo que antes era una estructura. La tentación y sus tentáculos aún se arrastran por esta topografía antes familiar, y ahora desconocida.
El placer adquirido de perderse, para luego reencontrarse, ahora se ejerce por voluntad propia, mas no por la seducción de sus muros.

Mis laberintos se vuelven visibles con la mirada, y con el gozo empedernido por perderse. La superficie traslucida de estos dibujos ofrece una atmósfera donde la mirada es la única que puede arañar alguna historia. No hay punto de entrada, ni de salida, solamente enjambres de líneas y sugerencias, que asoman a partes de una historia más compleja. Dirigibles, plátanos voladores, y musas engañan la mirada, ofreciendo falsas promesas que se desmoronan con solo imaginarlas. La vista –vanidosa– escoge como navegar sobre esta superficie, en donde el relato resalta y al mismo tiempo se camufla.


Gonzalo Fuenmayor